Hace algunos años regalé un
libro a un amigo. Pero él, mientras conducía veloz con su furgoneta por los
bosques de Girona llevándome de dolmen en dolmen, me regaló algo mucho mejor:
un pensamiento. Por aquel tiempo se pusieron de
moda los e-books. ¿Qué te parecen? ¿Mejor que los de papel de toda la vida? Entonces
él dijo su pensamiento, ese que os digo que me regaló sin saberlo, así como si
nada. Yo al principio lo acogí con una sonrisa en los labios, escéptica, pero
después me descubrí soñando despierta imaginando reales sus palabras.
Si, ya van, ya las digo… Mi
amigo me comentó que prefería más los de papel y que además le gustaba prestarlos
porque los libros guardaban las emociones de los que los habían leído antes. Según él era como si el libro, además de su contenido en tinta, fuera acumulando
entre sus páginas las vibraciones del alma de quien los siente al leerlos. Ahora
entendéis mi sonrisa ¿no? Pero, vamos a soñar un poco, porque de eso va en
parte lo de leer ¿verdad?
Y es
que atribuimos a muchos objetos y seres un ánima, forma parte de nuestra
psique, y si ese objeto ha pertenecido o ha estado en contacto con alguien en
determinados momentos, buenos o malos, pues le damos más valor. Por algo se
mueve tanto dinero cuando se subasta un guante de Michael Jackson, una joya de
Lady Di o la chaqueta de algún asesino en serie… esos objetos contienen para
nosotros una historia, sí, pero también la emoción impregnada de su antiguo
propietario. Parece como si, aun fallecida, algo de esa persona sigan ahí, lo
que sintió haciendo uso de esos objetos.
Los
libros son un soporte que nos pone en contacto con autores lejanos o cercanos,
fallecidos o no, de hace miles de años o contemporáneos, alguien que nos cuenta
algo de sí mismo, del mundo que vivió, pensó y sintió. Como
decía mi amigo Carl Sagan en su libro Cosmos: “El autor habla a través del tiempo de forma clara y silenciosa, dentro
de nuestra cabeza, directamente a nosotros”. Y mi genial amigo Stephen
King, el autor de best-sellers de terror, llama a esto “Telepatía de verdad (…) cuando se tocan las mentes sin chorraditas
místicas”
No os confundáis,
a Carl y a Stephen no los conozco en persona, ni ellos a mí. Por desgracia uno
ha fallecido y el otro me toca muy lejos pero los considero mis amigos del alma
porque tengo muchísima telepatía con ellos, de la buena, como dice Steve,
con el que ya tengo algo de confianza.
Pero
bueno, sigamos soñando… imaginemos que soy el niño lector de La
Historia Interminable ése que roba un libro por el que se siente
atraído de manera irreprimible y que un "confiado" librero había dejado a su
vista. Ése que al comenzarlo a leer pasan muchas cosas dentro del libro, de la
historia y de él mismo. Bueno, pues demos vida a los libros, o alma, o conciencia
o lo que queráis e imaginemos que nos llaman desde el lugar donde están depositados,
a la vista o no, como si fueran los tambores del juego Jumanji, reclamando que los saquemos a la luz y siga el juego de
la telepatía en marcha. Así me lo he sentido yo varias veces.
Sí, ya
se, probablemente retenga más en mi memoria todos los libros que encontré por
pura casualidad y me encantaron que los que me parecieron un bodrio, es un
sesgo humano muy común, pero no me agüéis ahora la fantasía ¿de acuerdo? ¡Hemos
quedado en que estamos soñando!
Mi
descubrimiento tuvo lugar en un lugar de Cantabria de cuyo nombre no quiero
acordarme (Alonso Quijano, otro
loco por la lectura) Imaginaos. Lugar paradisíaco, brisa marina al atardecer,
horizonte azul y gente recogiéndose después de un día de playa porque amenaza lluvia. En el paseo marítimo
habían instalado unas casetas de venta de libros, tanto nuevos como de segunda
mano. Siempre he sentido lástima por los libros de segunda mano, son como
perros abandonados de los que intentan deshacerse, sacarles el último suspiro
económico antes de acabar en algún contenedor de basura. A veces se encuentran
cosas interesantes y me gusta saber que los salvo de la hoguera del olvido de Fahrenheit
451… ¿Me vais siguiendo? Si
no es así no os preocupéis que al final os pongo el enlace.
Estaba bien escondido, mi libro, pero sentía los tambores cada vez más fuerte y, como si jugaran al frío frío o caliente caliente, mis manos fueron acercándose hasta dar con él. No se si fue la portada, la reseña o qué pero en ese instante supe perfectamente lo que sintió el niño de “La Historia Interminable” (Bastián Baltasar Bux). Yo no lo robé y mira que tuve ocasiones. Lo dejé donde estaba, bien guardadito y me fui a dar un paseo. No iba a llevármelo, no tenía ni idea de quién era el autor ni nada de nada, pero el dichoso libro me atraía como un imán y no me lo quité de la cabeza mientras andaba descalza por la playa. Pensé que ojalá existiera un Cementerio de Libros Olvidados.
Ya sabéis lo
que pasó después. Lo compré. Ni siquiera abrí la
primera página para echar un vistazo al estilo o de qué iba realmente. Me
encantó. Hacía mucho que no disfrutaba tanto con un libro, disfrutar de verdad,
ponerme los pelos de punta y emocionarme, vaya. Así que si algún día ese libro
acaba en manos de alguien pues ya lo he recargado más, supongo. Desde entonces
decidí escribir en cada uno de mis libros
el por qué lo tengo. La historia de estos encuentros es a veces bastante
curiosa.
Los que más me impactan son los de personas
fallecidas ya hace años que escriben con una profundidad y sabiduría que hecho
en falta hoy en día. Tengo la sensación de que se repiten temas, se copia a
otros y encima mal, superficialmente, para ganar dinero o por moda, no se, pero surgen
gurús de la novela historia o de la autoayuda que dejan mucho que desear cuando
se conocen verdaderos maestros cuyos nombres no son tan conocidos. Pongo dos
ejemplos:
Dale Carnegie con uno de sus libros “Cómo ganar amigos” de 1936, un libro lleno de reflexiones profundas
con un lenguaje cargado de sabiduría, afortunadamente reeditado y traído a la
vida. Y el otro es Lucano, poeta romano del
siglo I, con su “Farsalia”. Si os
gusta Lovecraft o Poe disfrutaréis mucho con este maestro en la descripción directa
y sin anestesia de las guerras entre César y Pompeyo, nada infantil y romántico
como estamos acostumbrados. De la
mano de Lucano he entrado en un bosque maldito celta al que temen hasta las
legiones y de la mano de Dale Carnegie
he aprendido mucho de los seres humanos.
Y según mi amigo, ese que me regaló su pensamiento, el de la furgoneta que iba dando botes por los caminos de Girona, esas emociones que he sentido con ellos al leerlos las descargo con mi mirada y mis manos en el libro físico que contienen su mensaje y su poder se renueva. Les dejo a los más místicos creer si el libro tiene alma y vida. Quizás es lo que proyectamos e imaginamos del autor, al que revivimos, pero lo importante es el encuentro y disfrutar de nuestra suerte cuando éste se produce.
Como dice mi amigo Carl:
“Los libros nos permiten viajar a través
del tiempo, explorar la sabiduría de nuestros antepasados, nos conectan con las
intuiciones y los conocimientos extraídos penosamente a la naturaleza, de las
mejores mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, a fin de que nos
instruyan sin cansarse y de que nos inspiren para que hagamos nuestra propia
contribución al conocimiento colectivo de la especie humana”
Quizás mi
amigo Rafa de Girona ni se acuerde de aquella conversación pero yo sí. Quizás
algunos escritores no recuerden lo que escribieron con exactitud porque lo
hicieron en un momento y estado mental determinado, quizás estén muertos, pero
la telepatía sigue funcionando ¿no?
¡Y de MARAVILLA!
Lo
prometido es deuda:
Cosmos,
de Carl Sagan y todo lo demás que ha escrito. Este hombre dejó toda su alma en
Cosmos, el libro de la serie de TV. No pongo enlace. Hay miles en la red.
La historia Interminable, de Michael Ende. Es muy distinto leerlo con doce años que siendo un adulto. Maravilloso y profundo. Revelador.
Mientras escribo, del maestro Stephen King. Alucinareis con este libro, sobre todo si os
gusta escribir. Enlace con reseña del mismo.
Fahrenheit 451, del genio de la ciencia-ficción Ray Bradbury. Tenéis la peli o el
libro. Ambos con bastantes añitos ya. Podrían hacer un remake bien chulo, pero
bien hecho, si no mejor no tocar nada. Inquietante, a veces me dan ganas de
memorizar los párrafos que más me gustan de cualquier cosa cada vez que recuerdo sus escenas.
La Sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón. A ver si algún afortunado descubre el
Cementerio de los Libros Olvidados, pero que no se enteren los bomberos de Fahrenheit 451
Jumanji. La película, genial. No va de libros pero si de tambores insistentes que no anuncian
nada bueno. El cuento en el que se basa es de Chris Van Allsburg.
Momentos de Protección, de Eric Fosnes Hansen. Mi descubrimiento, bueno uno de ellos.
Menos mal que los insistentes tambores de Jumanji solo los oí yo.
El lugar de Cantabria de cuyo nombre si quiero acordarme es Suances y el librero, con montones de historias que contar sobre libros y lectores, es Augusto.
Qué guay Cris, yo sí creo que los libros tienen alma y que de alguna manera te llaman, sólo hay que estar preparado cuando eso sucede para no ignorarlo. Un abrazo y gracias
ResponderEliminarPues al final vais a tener razón con eso... Muchas gracias y que la telepatía continúe!
ResponderEliminar