El
joven reo esperó resignado su sentencia.
- Destierro –escuchó.
Respiró
aliviado, por el momento la muerte no era inminente. Empezaría de cero en algún
lugar. Ahora faltaba saber cual sería. En ese punto era cuando los condenados rompían
a llorar, no era fácil encajar ciertos destinos. Podían encontrarse en medio de
una cruenta guerra, de una epidemia mortal sin asistencia médica, o entre la
más extrema hambre y pobreza… nunca se sabía qué podía ocurrir. Su madre
estaba junto a él.
- Tranquilo, hijo. Todo irá bien
- Mamá
- Qué
- Te dejaré una señal para que sepas que estoy
bien, lo juro
Su madre acarició
su mano mutilada en un accidente de la infancia. Habían eliminado cualquier
vestigio de su prótesis. Estaban prohibidas para los condenados. Le sonreía con
ternura. No quería que el último recuerdo que tuviera de ella fuera el de su
cara desencajada.
- Destino –se oyó.
Hubo un grave
silencio. El reo dejó de respirar.
- 30.000 años…
Suspiraron
aliviados, no era una mala época, todo lo contrario, jamás la humanidad había
vivido mejor. Pero aún había más.
- … antes de J.C. Europa glaciar.
El reo se
derrumbó en la silla. Moriría en días. Su madre lloró. Se despidieron con un
doloroso abrazo y le besó su mano.
Pasaron los
años, durante los cuales la mujer buscó obsesionada aquella señal. No escuchó
las burlas de todos, estaba segura de que su hijo viviría lo suficiente como
para enviársela a través del tiempo. Casi memorizó todos los libros de
prehistoria, viajó a Europa y allí, en una oscura y fría cueva se sumergió siguiendo
una pista. El guía explicaba con aburrimiento donde se hallaban las pinturas y
grabados supervivientes de tiempos tan remotos, de seres aún puramente
biológicos. Entonces la vio. Su mano estaba allí, era inconfundible, lo sabía,
tantas veces la había curado, la había acariciado, la había visto con
esperanzas recuperar movilidad de algún dedo… era él.
- Aquí pueden observar cinco manos en una extraña
composición. Pensamos que se trata de una familia. Esta es de una mujer, aquí
la de un hombre y las otras son de tres niños. La más pequeña pertenece a un
bebé. Como pueden apreciar la mano del hombre está mutilada, aquellos eran
tiempos muy duros…
Temblorosa, puso su mano sobre la de su hijo, como en el día de la sentencia, ignorando los improperios del guía. Esbozó una sonrisa entre lágrimas. Supo que fue feliz.
La revista REDES surgió a raíz del exitoso programa de TVE dedicado a la divulgación científica del mismo nombre y liderado por Eduard Punset. Las entrevistas realizadas a grandes científicos se convertían en íntimas charlas de tú a tú, entre amigos, en las que aprendíamos multitud de cosas sobre el cosmos, el cerebro, la biología, la psicología, las matemáticas y la física entre otras muchas disciplinas tan alejadas en sus conocimientos de lo cotidiano. Punset lograba arrancar respuestas complejas en un lenguaje que todos pudiéramos entender y a la vez nos fascinaba.
Al contrario que el programa de televisión, la revista duró un suspiro. Lástima. No pudo sobrevivir al mundo en que la transmisión de conocimiento ha cambiado tanto, en el que la gente ya no lee apenas texto impreso porque no tiene tiempo, ganas o hábito y va directamente al microrrelato o al twit.
Lo que tenía de "raro" esta publicación, igual que una olvidada costumbre caballeresca en este presente sin romanticismo, era su sección de relatos de ciencia ficción en que daban la mano a los lectores para que enviaran sus sueños e inquietudes imaginados. Era fantástico ver como la gente, con más o menos acierto, mandaba relatos llenos de inquietantes cuestiones filosóficas y científicas que a veces cortaban hasta la respiración, como el relato "Existencia" de Alicia Luján.
A mí me hizo una ilusión enorme que publicaran el mío, porque se trataba de eso, participar en ese intercambio fascinante que es preguntarse por el mundo en el que vivimos desde la ciencia y la imaginación.
Estén donde estén los promotores de la idea, los editores de la revista REDES, ¡GRACIAS!
¡Ojalá volvieran tiempos más románticos para la ciencia y la literatura!